La banalización de la batalla cultural

Ahora que se puso de moda hablar de la “batalla cultural” en el marco de la pulseada ideológica con la Izquierda, valer la pena invertir un minuto en comprender el verdadero alcance del concepto para su mejor aprovechamiento en el marco del debate político actual.

La sonora bocina propaladora de consignas y tropos en que se ha convertido el político 2.0 y actual presidente de Argentina, Javier Milei, ha popularizado la noción de “batalla cultural”, idea que recibió de fuentes prestadas y que utiliza con reiteración, arriesgando a banalizar el sujeto filosófico que anida en ese término.


En estos días de poca capacidad de abstracción y de liviandad en el planeta de las ideas, hablar de “batalla cultural” suena pomposo y elaborado, lo suficiente como para que algunos lo apliquen como un mantra para caracterizar una infinidad de cuestiones que nada tienen que ver con el núcleo central de este concepto ideológico.


Se oyen con demasiada frecuencia referencias inexactas de lo que es “dar la batalla cultural”, al punto que cualquier intercambio de posteos en la red X o cualquier discusión con visos políticos, para muchos, ya califica como parte de la “batalla cultural”.

Y no siempre es así.


Si bien este concepto ha cobrado fuerza en el último tiempo, de trata de una noción que ya tiene más de medio siglo de rutilante vuelo.
En este Hemisferio fue instalado hace muy poco tiempo por el politólogo argentino Agustín Laje, con su libro de fronda ideológica titulado “La batalla cultural: reflexiones críticas para una Nueva Derecha” (Harper Collins, México), presentado en 2022 en todo el hemisferio castellano.
Pero la idea de que en el mundo político de la Derecha debe darse a una batalla cultural que le dispute la “hegemonía del discurso” que hoy tiene la Izquierda en la sociedad, tampoco es una noción original suya.


Para hallar su origen, el lector debe remontarse a la Francia posterior a mayo del 1968 a efectos de encontrar al verdadero padre de la criatura: Alain de Benoist y su escuela filosófica de la Nouvelle Droite.
Su siembra germinó en producción intelectual de un nutrido grupo de pensadores o usinas de ideas, destinadas a conferencias, revistas y libros, en instituciones de forja ideológica como GRECE y cursos dados en las llamadas Universidades de Verano, donde por años divulgaron sus ideas.
Esa prédica cosechó discípulos no solo en Francia, sino que logró antenas en Italia, España, Estados Unidos y Argentina, entre otros países, donde hoy se editan publicaciones neo derechistas de la línea Alain de Benoist o se editan artículos de referentes intelectuales de esta tendencia.
Cuando Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos en 2016, emergió detrás del tinglado de MAGA (sigla de la consigna trumpista “Make America Great Again”, que podría traducirse como “Hagamos América Grande Otra Vez), lo que se conocía como “Alt-Right” (Derecha Alternativa) que fue el humus donde creció en Estados Unidos un fenómeno similar al de la Nueva Derecha alternativa europea, pero esta vez “Made in USA”.
En esas fuentes medró Steve Bannon, exasesor del gobierno de Trump, que fue el nexo eficiente dentro de la galaxia “Alt-Right” para formar “The Movement”, una especie de “Internacional de las Nuevas Derechas Alternativas” que genere una narrativa ideológica y un relato común que aglomere a la contestación ideológica de las distintas Nuevas Derechas emergentes.

Gramscismo de Derecha

Alaín de Benoist tomó prestada del líder comunista italiano Antonio Gramsci -a quién Benito Mussolini había enviado a la cárcel por cuestiones ideológicas- la noción de “batalla cultural” y de “hegemonía cultural”, y realizó un trasplante del término en el seno de la corriente neo derechista que orienta.
Como buen comunista, Gramsci partió de la premisa marxista de que la base sobre la que la sociedad se sustenta (la llamada “estructura”) era el sistema de relaciones económicas y materiales, y todo lo demás (cultura, arte y cualquier otra actividad humana) integraba lo que el marxismo denomina como “superestructura”.


Cuando Mussolini llegó al poder, Gramsci comprendió que el fascismo había derrotado al comunismo en el terreno político porque había logrado tener una “hegemonía cultural” en la sociedad italiana.
“Si los comunistas afiliados al Partido están casados con mujeres que van a misa, nunca vamos a ganar, porque los católicos tendrán la “hegemonía cultural” en la sociedad italiana”, dicen que dijo en alguna ocasión.


La revolución comunista clásica apuntaba a modificar la estructura de la sociedad, pero Gramsci concibió un cambio de 180 grados en su pensamiento marxista, porque entendió que el camino era la conquista de la “superestructura”, en donde figuraba el sistema de creencias de la gente.
Eso fue lo que Alain de Benoist tomó de Gramsci, y la Nouvelle Droite comenzó a plantear que para llegar al poder, había que dar la “batalla cultural” en la sociedad.


El tema tiene muchos más pliegues ideológicos, pero para ir afinando en esta nota la noción de “batalla cultural” que promueve la Nueva Derecha, digamos que es el combate por modificar el sistema de valores, creencias y prácticas que imperan en la sociedad contemporánea, “hegemonizado” por la Izquierda.


De modo que la “batalla cultural” es, para la Nueva Derecha, una herramienta táctica para polarizar a la sociedad y ganar progresiva influencia social y electoral.


Volveremos sobre el tema.

Jordi Arnau

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