Suicidios, crímenes, jóvenes violentos y Romina Celeste

LA DESCONEXIÓN RELIGIOSA EN EL ORIGEN DEL DRAMA 

 “Los problemas de nuestro tiempo no acaban de nacer, tienen a sus espaldas un largo período de gestación, a veces de siglos… Allí vamos a encontrar la explicación de ese gran proceso de apostasía, abierto a fines de la Edad Media.” P. Alfredo Sáenz S J.

De un estudio publicado por el Sindicato Médico (2017) extractamos: “La tasa histórica de suicidios en nuestro país (1963-1992) se mantuvo en el entorno de 10 suicidios por cien mil habitantes por año; con oscilaciones que muestran un máximo de 12,4 en 1973 y un mínimo de 8,5 en 1985.” 

Actualmente la tasa es de 23 cada 100.000, se triplicó desde 1985, es más del doble que en el resto de Iberoamérica y principal causa de muerte entre los 15 y 44 años. Más que los cánceres, los accidentes y los infartos.

De un estudio de Rafael Paternain en Brecha (2022) extractamos: “El homicidio es el indicador por excelencia para la comparación internacional en materia de violencia y criminalidad. Aunque por encima del promedio mundial, durante los últimos 30 años Uruguay ostentó una de las tasas de homicidios más bajas de la región. El valor mínimo de la serie se registró en 1985, con 4 homicidios cada 100 mil habitantes.” Luego la tasa fue subiendo, hasta que “en 2019 se estabilizó, con 11,5.” O sea que también se triplicó la criminalidad desde 1985. 

De los puros y duros datos cuantitativos, de fuentes adversas a aquel gobierno, se puede deducir que los suicidios bajaron al mínimo histórico (8,5) durante los 11 años del Proceso Cívico Militar, en un sistema de dictadura, al igual que la violencia y la criminalidad (4), y después de 40 años de democracia liberal la situación no puede ser peor, creciendo a su vez la marginación, la “situación de calle”, la drogadicción y el narcotráfico, poniendo en crisis el dogma democrático y generando nerviosismo en el sistema político. 

Alguna explicación debe haber y debería ser conocida “científicamente” por las ciencias sociales, ya que también se han multiplicado la cantidad de sociólogos, psicólogos, psicólogos sociales, asistentes sociales, psiquiatras y todo tipo de ONG’S, observatorios, ministerios e instituciones del Estado y privadas, llenas de licenciados, magister, doctores y postgraduados, sin embargo, después de millones de bits, ríos de tinta y resmas de papel en tesis, tesinas y monografías, y de mucho dinero, mucho, en las llamadas políticas sociales: parece que “de eso poco se sabe”; como me contaba mi madre que se decía en los exámenes universitarios, cuando el que no sabía era el examinado.

El proceso de aprendizaje y de adhesión al conjunto de conocimientos, normas y valores de la cultura es lo que se llama socialización. Se espera que este proceso genere “modelos de comportamiento apropiado”. Es la más importante instancia de control social, es decir del conjunto de mecanismos a los que toda sociedad recurre a efectos de lograr que sus miembros adecuen su accionar a los “modelos conformes” y rechacen los “modelos desviados” (léase también delitos). Este mecanismo de control y prevención social, procura entonces haya conductas “esperables”, que tengan sanción social positiva y conductas “no esperables”, que tengan sanción social negativa, y debería obrar antes de los mecanismos de represión por el Estado. 

La cultura es un orden conformado por una constelación de signos con una interpretación en el tiempo, que construye socialmente la realidad y las formas de pensar, estimulando algunas actitudes y conductas, en detrimento de otras. También se llama imaginario social al repertorio de imágenes sensibles que permiten organizar el mundo y señalan lo que es “normal” creer, pensar, decir, hacer y desear en una comunidad. 

Esto dicho en abstracto, en tesis, conceptualmente y sin los contenidos culturales, de manera que, en principio, diversos modelos de cultura están en disputa, haciendo de los mitos del imaginario social un verdadero campo de batalla permanente, donde pugnan los distintos relatos por imponer su hegemonía.

Sigmund Freud, aunque fue discretamente bajado del pedestal en que estaba en los revolucionarios años 60, cuando nosotros éramos los jóvenes del “prohibido prohibir”, sostuvo que hay un “malestar en la cultura” (1930), en el sentido psicológico que las restricciones morales y éticas que impone el proceso de socialización e internalización del núcleo básico de normas de convivencia, que reprime las pulsiones del instinto y la libertad, el superyó, genera insatisfacción y sufrimiento, y cuanto más crece la cultura más crece el malestar y el sentimiento de culpa, que obviamente puede llevar a la ansiedad, la depresión y el suicidio.

Por otra parte, y más adelante, avanzarán las teorías de inspiración socio crítico marxista, con la Escuela de Frankfurt, Bordieu, Gramsci y compañía, concibiendo que la cultura hegemónica es la de la clase alta, que domina por violencia simbólica y se reproduce por la educación.

Es entonces a la cultura la que hay que tomar por asalto, pero no por la vieja lucha de clases, sino por ideologías de anti asimilación de esa cultura, por el multiculturalismo y el contraculturalismo, negando que deban compartirse los mismos ideales, valores y aspiraciones. Se promueve entonces la diferencia, “la diversidad”, contra la integración y cohesión social. Surgen las múltiples identidades, no por determinismo biológico sino por autopercepción. Se construyen culturalmente, no es necesario ser indio charrúa, sino pensar como indio charrúa, como negro, como mujer, como transexual o como caballo en las jineteadas del Prado, no importa, en el supermercado y apoteosis de constructos de “géneros” e identidades.

En estos días un joven homosexual ha ocupado el centro de la atención pública. Inclinación humana, objetivamente desordenada y de origen aún no del todo explicado, debería ser recibido con respeto, en cuanto su atracción por el mismo sexo esté sujeta a procurar la castidad, por virtudes de dominio de sí mismo, evitando caer en la práctica de los actos homosexuales y buscando acercarse a nuestro Señor; esto según la doctrina del catecismo católico.

Pero este urso, conocido como Romina Celeste, a quien los periodistas, políticos y magistrados, dan el tratamiento de “señora”; claro está, no en el sentido nobilísimo con que, por ejemplo, Don Quijote, desde su corazón puro de caballero, eleva y convierte a Aldonza, una mujer poco agraciada y mala conducta, en Dulcinea, la señora de sus pensamientos, sino en el sentido políticamente correcto de desacralizar todo lo noble del mundo, corrompiendo el recto concepto de “Señora”. Si Papasso es “señora”, ya no hay señoras, da lo mismo.    

No podemos aquí extendernos en este caso, pero Papasso y su omnipresencia en los medios de comunicación, no es una estrella fugaz, sino el resultado de la “hegemonía cultural”; es lo esperable dentro de los límites del imaginario, por eso ningún operador se escandalizó por la condición de la “señora”, hasta ahí todo dentro de la “nueva normalidad”. 

El personaje y toda su corrupción, es el punto culminante de un largo proceso cultural. Es el engendro y opera magna de un sistema político y social que, cual Dr. Frankenstein, lo ha producido con partes de varios cadáveres ideológicos, pura ingeniería social jugando a ser dioses, sin Dios.      

A la par, predomina la división de todo tipo y no el bien común: empezando por los partidos políticos, que ya no se diferencian en su común progresismo, sino que han vuelto a ser bandos en pugna por poder y por cargos, como los clubes de fútbol, que exacerban el antagonismo, y ahora, hasta el neo tribalismo urbano ya ha sido sustituido por un sucedáneo más irracional y efímero, de batallas campales entre adolescentes, entre bandas sin sentido ni identidad, ni símbolos comunes ningunos: los “1.7” y “los finos”, que pelean “porque sí nomás”.

Sin entrar en las profundidades de las teorías de frustración – agresión, todo indica que bajo esa conducta violenta, o sea más allá de lo necesario en el uso deseable de la agresividad para vivir y que no es por un sentimiento de enojo del momento, espontáneo y amoral, sino violencia premeditada, subyace alguna frustración, por alguna necesidad, vacío existencial no satisfecho, o falta de sentido de la vida, que produce “malestar”, decepción e ira, pese, o a pesar, de la ausencia de límites a la libertad, tenida como un absoluto en liberalismo dominante.   

Como veremos en la continuación de este ensayo, y más allá de Freud, Bordieu, Gramsci y la frustración – agresión, los mecanismos del “descontrol social”, están en el ADN del pensamiento revolucionario, en sus paradigmas. A modo de ejemplo progresista y de nuevas versiones de la frondosa jungla léxica de las ciencias sociales, las bases programáticas del Frente Amplio proponen “descriminalizar la pobreza”, la “desprisionalización” y el “desarme”.

Pero veamos que este año ha surgido una aparente noticia, una rara avis de estos pensamientos. María Montoya Doctora en Psicología. Docente universitaria e investigadora en la Universidad Católica del Uruguay, ha publicado en X, el 28 de febrero:

“Es conocido que Uruguay lidera la tasa de suicidios de la región. No soy experta en la temática, pero siempre me rechinan las explicaciones reduccionistas y circulares que apelan a la salud mental de los uruguayos como variable explicativa

Los problemas psicológicos no se entienden sin entender el contexto macro de los individuos. Pero ¿por qué, a pesar de ser el país más estable económicamente, seguro y con un estado del bienestar más garantista de la región, Uruguay tiene unas tasas de suicidio tan altas?

La desconexión religiosa de los uruguayos podría tener alguna relación con esta problemática. Uruguay es el país más secularizado de Latinoamérica.”

Alejandro De Barbieri, el mediático psicólogo clínico, especializado en Psicoterapia existencial y Logoterapia, expresó en la misma red: “pero miren este dato que interesante”.

Sin embargo, todos parecen ignorar un clásico, Émile Durkheim, uno de los padres de la Sociología, quien publicó en 1897 “El suicidio”, con los resultados de la primera investigación científica sobre la influencia de los factores sociales en el suicidio. El estudio se basó en el análisis de varios países europeos desde el año 1841, y utilizó como unidad de análisis las condiciones sociales que hacen que éstas varíen y no las características intrínsecas de las personas.

La conclusión más importante a la que llegó, es que las sociedades más integradas, cohesionadas, solidarias, con familias fuertes y de religión católica, son las que presentan tasas más bajas de suicidio. Desde Durkheim es un argumento clásico decir que los suicidios son más raros entre los católicos y los judíos que entre los protestantes o los ateos

También a partir de Durkheim, se distingue el suicidio anómico (ausencia de ley, de normas sociales o su degradación), que es el que se da en sociedades cuyas instituciones y cuyos lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anomia. 

La antigua institución romana de la dictadura, un estado de excepción con principio y fin, un proceso, durante el cual se suspenden algunos dogmas de la libertad como absoluto, parece demostrar la teoría, que la existencia de normas claras son una contención al homo homimi lupus, contra sí mismo y todos contra todos, de los fracasados paradigmas de la híper Modernidad y la Ilustración.

En la próxima entrega veremos la historia del pensamiento revolucionario, especialmente en nuestra patria, que nos ha llevado a esta situación. 

Coronel José Carlos Araújo

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